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Dos caminos, una sola desgracia

Colombia ya no se asoma al abismo. Ha comenzado a deslizarse por él. Hoy transitamos dos escenarios que se ciernen como amenazas paralelas y complementarias. El primero -ya en marcha- es el económico: un modelo de endeudamiento insostenible, desorden fiscal, derroche institucional y corrupción rampante, que nos pone en la misma ruta que transitó Argentina durante décadas bajo el yugo kirchnerista. El segundo -en fase de diseño y ejecución parcial- es aún más sombrío: la erosión del orden democrático, la ruptura de los pesos y contrapesos constitucionales, y el avance sigiloso hacia un modelo venezolano de control absoluto y totalitarismo normativo.

En lo económico, los hechos hablan por sí solos: se rompió la regla fiscal; no hay compromiso con la contención del gasto; crece la nómina del Estado mientras se expande el clientelismo y se relativiza la lucha contra la corrupción. El Banco de la República emite bonos con la urgencia del que se sabe ahogado. Bonos basura, que hipotecan al país por una década entera, dejando al próximo gobierno -sea del color que sea- sin margen de maniobra.

Lo que se viene es un default técnico encubierto, con una deuda pública creciendo a niveles insostenibles. La tasa de cambio podría reventar los 6.000 pesos por dólar, y ante una economía importadora como la nuestra, eso se traducirá en una explosión inflacionaria sin precedentes. Aumentará el precio de la canasta básica, del transporte, de la energía, del crédito. Y el Estado, en vez de recortar grasa, irá por la sangre: subirá impuestos, exprimirá a los empresarios, perseguirá a los generadores de valor con afán recaudador y populismo fiscal.

Pero lo más grave no es lo económico. Es lo institucional.

Si el presidente Petro logra imponer su voluntad y convocar una consulta popular o peor aun, una Asamblea Constituyente, entonces sí estaremos siguiendo, sin disfraz, el libreto de Venezuela. En Argentina se sometió al pueblo desde lo económico; en Venezuela, desde lo normativo. Lo primero duele, pero se corrige. Lo segundo destruye. Y no se reconstruye fácilmente.

Cuando un país vulnera su Constitución para perpetuar un proyecto de poder, cuando debilita la independencia de las ramas del poder público, cuando somete a las Cortes, amedrenta a la prensa, erosiona las libertades, y sustituye las reglas por caprichos, deja de ser una República. Y Colombia, dolorosamente, ya empezó a cruzar esa línea.

Por eso, esta es una advertencia seria, serena, pero urgente: estamos ante la antesala del desastre total. La crisis financiera es una estación inevitable del tren que ya abordamos. Pero si no actuamos con firmeza cívica, con claridad electoral, con responsabilidad histórica, vendrá la segunda estación. Y esa sí no tiene retorno.

Ciudadano, mucho cuidado cómo votan, a quién creen, a quién siguen. Este país se está jugando su destino