
El ministro dormilón
En una reciente entrevista, el ministro de Justicia, ese remedo de jurista tristemente célebre, que responde al apellido Montealegre, se atrevió a declarar, con tono condescendiente, que “le parece contrario a lo dignidad humana tener que despertarse a las 4 o 5 de la mañana”, que él no lo concibe, que para él “la hora es las 8 a.m.”.
Nada nuevo bajo el sol. Una vez más, el socialismo muestra su verdadera cara: la del burócrata de élite, ajeno a la realidad del país, instalado cómodamente en su pedestal moral, ese mismo desde el cual predican sobre dignidad, mientras se alimentan del trabajo ajeno.
Lo que este ministro parece olvidar, o más bien decide ignorar con cinismo, es que para que él pueda abrir los ojos a las 8 de la mañana, alguien más tuvo que abrirlos a las 4. Que para que su jugo esté frío, su ducha funcione, su camisa esté planchada, el pan esté fresco, y sus escoltas estén listos para escoltarlo en la caravana oficial… Cientos, miles de colombianos ya estaban en pie, muchos desde la madrugada, otros desde la noche anterior. Esa es la cadena invisible que sostiene a la nación. Esa es la dignidad real: la de quien se levanta, cumple y produce. No la del que pontifica desde un escritorio.
El discurso del ministro no es ingenuo, es perverso. Pretende moralizar la flojera, elevar la pereza a categoría ética, y sembrar la confusión en un país golpeado, alienado, dividido. Porque eso es lo que hace esta narrativa falaz: trastoca el valor del esfuerzo, del trabajo, del mérito. Invierte la escala de los valores. Y lo peor: lo hace en nombre de una supuesta justicia social que no es más que coartada para la mediocridad institucional.
¿Quién defiende entonces la dignidad de los trabajadores nocturnos? ¿De los conductores de SITP, Megabus, Metro de Medellín, el Mio? ¿De los panaderos, vigilantes, enfermeras, porteros, soldados, transportadores, recolectores de basura? ¿Acaso ellos no existen para este nuevo modelo de país?
Estamos presenciando algo más que declaraciones torpes. Estamos siendo testigos del deterioro moral de una nación, donde las palabras se usan como anzuelos para pescar incautos, donde la retórica populista anestesia conciencias. Un país donde cada vez más ciudadanos caminan como borregos hacia el matadero, sin comprender que están sacrificando su presente y su futuro en nombre de una falsa promesa.
Y sí, incluso los empleados públicos que no se identifican con el petrismo empiezan a ver cómo este modelo también los devora. Pensaron que no era con ellos. Pero la nube avanza, y es espesa.
Nos corresponde resistir. Despertar. Porque lo que se avecina no es solo una mala administración. Es una noche oscura para la república. Una noche que debemos impedir con la luz de la razón, del trabajo, del coraje civil. No podemos seguir callando. No podemos permitir que un país entero sea arrastrado por la torpeza de sus líderes ni por la cobardía de sus ciudadanos.
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