
No es la inflación, es la pobreza
El asunto no es la inflación; el problema es nuestra pobreza. Esta semana se publicó el dato del crecimiento del PIB del país, el cual creció un 3% en el primer trimestre del año. Dicho crecimiento lo explica la minería y el turismo, ¿irónico no les parece? Los dos sectores más atacados en los últimos meses por el discurso político; me pregunto qué sería de esos dos sectores y el crecimiento del PIB con un discurso verdaderamente alentador. Pero bueno, a lo que vinimos, vamos a hablar de lo pobres que somos en Colombia.
Basta con observar con atención durante unos días el estilo de vida en un país desarrollado para advertir que nuestros problemas no se reducen a la inflación, la gasolina cara, la corrupción rampante, los impuestos exorbitantes, o la ridícula polarización política de telenovela. No, el problema radica en nuestra pobreza. Somos pobres, extremadamente pobres. Nuestro nivel de ingresos y capacidad de compra son, literalmente, paupérrimos, y ni hablar de nuestra capacidad de acción política cívica y uso de las herramientas democráticas; pero eso da para otro artículo.
Ya había escrito en alguna oportunidad sobre este tema, explicando cómo, desde el año 2012, Colombia ha experimentado un franco proceso de devaluación de su moneda, sumado a un incremento en las tasas de interés de consumo paulatino pero constante y un triste fenómeno de sustitución de exportaciones por importaciones. Pero lo más grave de todo ha sido el cambio en la cultura de consumo, ahora más que nunca una cultura arribista.
Es asombroso ver personas comprando gasolina con tarjeta de crédito a más de una cuota, o adquiriendo bienes de primera necesidad de la misma manera. ¿Es realmente necesidad o falta de educación financiera? Más preocupante aún es observar grupos familiares consumiendo a velocidades inusitadas y peligrosas, bienes suntuosos, innecesarios y todo esto a crédito.
En su momento, hice los cálculos y concluí que, para 2020, habíamos perdido aproximadamente el 18% de nuestro poder adquisitivo. Creo que ahora estamos rondando el 30% o quizá más.
Con un peso que se devalúa cada minuto, indicadores macroeconómicos de desempleo en franco deterioro, una tasa de emigración rampante y el precio de la gasolina aún por llegar a 16 mil pesos, creo que el panorama se presenta gris. Algo similar a lo vivido en los 90 en Colombia. Los mayores de 40 años lo deben recordar con precisión.
Y entonces, ¿qué podemos hacer? Pues amigos, nada. Nada podemos hacer, porque esto ya no depende de nosotros. El país ya se entregó a los vaivenes de las variables exógenas, ya creería que somos juguete de especulación de los traders de forex y, para empeorar las cosas, contamos con una narrativa política que no ayuda, más bien empeora las cosas. Por ejemplo, con eso de tanquear buques con corriente, o incrementar aranceles en respuesta a la subida de la tasa de intervención del Banco Central.
Para poner un ejemplo concreto, hace unos días leí que el mal reputado fondo de inversión BlackRock habría adquirido una buena parte de la deuda soberana de Colombia. Eso, mis amigos, son malas noticias si lo que buscamos son mercados estables y certeza para el inversionista. Porque si revisamos en detalle, esa deuda normalmente la adquieren fondos que buscan una exposición limitada al riesgo y si deciden salir de ella es que la consideran tóxica. Y eso es algo que a BlackRock le funciona.
En este contexto, nos encontramos frente a un panorama desalentador. La pobreza no es simplemente una cuestión de ingresos insuficientes; se trata de una condición multifacética que abarca la falta de acceso a servicios básicos, la falta de oportunidades, la incapacidad para influir en las decisiones que afectan nuestras vidas y una educación financiera precaria. Como ciudadanos, somos testigos de una realidad que parece irremediable, donde el valor del trabajo, el ahorro, incluso la inversión, se desvanece ante la implacable devaluación y la creciente incertidumbre económica.
Sin embargo, no podemos perder la esperanza. Debemos recordar que, a pesar de las circunstancias actuales, tenemos la capacidad de demandar cambios, de exigir transparencia y responsabilidad a todos quienes ostenten el rol de líder y de trabajar para generar soluciones. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de no aceptar esta realidad como un hecho inmutable, sino de tomarla como el desafío que es y procurar por un futuro próspero y, quizás, equitativo.
Recuerden que la crisis de los noventa vino, pero también se fue. Esta que sin duda llega, no será diferente…
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