¿Presidente o agitador?
La línea que separa al líder de un país del agitador de masas es delgada y frágil. Este límite se cruza cuando un presidente deja de trabajar por la unidad y la estabilidad de su país y opta por alimentar divisiones y animosidades. En la marcha del 7 de junio, el presidente Gustavo Petro pareció decidido a cruzar esa línea con un discurso que no solo polarizó aún más a la ya dividida sociedad colombiana, sino que también generó actos de violencia directa contra la prensa.
La intervención del presidente, lejos de ser una llamada a la paz y al diálogo, fue un llamado a las calles, una convocatoria a la lucha y la confrontación. Los resultados de tal postura no se hicieron esperar. La violencia se desató contra reporteros y periodistas en Barranquilla, quienes se encontraban cubriendo las protestas, un hecho que coarta la libertad de la ciudadanía a conocer los hechos y que se suma a la creciente ola de agresiones contra la prensa en todo el mundo.
A lo largo de su corta presidencia, Petro ha mostrado una tendencia a polarizar y agitar a la sociedad en lugar de gobernar de manera unificadora y constructiva. Ha utilizado su plataforma para instigar a la división, en lugar de buscar el consenso y el compromiso. Esta estrategia de división y confrontación puede movilizar a su base de apoyo, pero a costa de la estabilidad y la paz del país.
Y es que el presidente Petro no es un mero observador de estas marchas, sino el instigador principal. Él convoca, alienta y, lo más preocupante, radicaliza estas manifestaciones. Con su retórica incendiaria y su disposición a tomar las calles junto a los manifestantes, Petro no solo está agitando a las masas, sino que también está desdibujando peligrosamente la línea entre el líder de un país y un agitador en la plaza pública. En su papel como presidente, tiene la responsabilidad de mantener la paz y promover la estabilidad, pero sus acciones y palabras parecen estar alimentando la llama de la discordia y la tensión social.
Estas noticias que brotan a borbotones desde los medios no son acusaciones infundadas ni rumores especulativos. Son hechos conocidos, evidenciados y denunciados por sus propios funcionarios. Armando Benedetti, por ejemplo, además de los conocidos audios, ya ha amenazado con exponer aún mayor información y a quienes hoy lo amenazan de muerte. Esta es una acusación sería que requiere la atención del público y una investigación exhaustiva. Sin embargo, los intentos del presidente Petro de desviar la atención de estas acusaciones solo socavan aún más la credibilidad de su administración y erosionan la confianza del público.
Pero no podemos ceder a la desesperación. Como sociedad civil, tenemos la responsabilidad de resistir a la polarización y al fanatismo. Debemos insistir en la importancia de la libertad de prensa, el respeto a todas las voces y el diálogo constructivo como base de la democracia.
El camino en prospectiva se presenta siniestro, pero es necesario prevalecer. Es imperativo recordar que la resistencia no significa confrontación, sino compromiso. Compromiso con la verdad, con la justicia y con el futuro de nuestro país. No permitamos que el ruido de los agitadores ahogue la voz de la razón.
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