← Volver Publicado en

Destruir para construir

En medio de una era donde se anhela el cambio, una premisa emerge con fuerza: si algo no está dañado, no necesita reparación. Pero, ¿es necesario dañarlo para promover un cambio? En Colombia, somos testigos de un acercamiento radical para abordar problemas sistémicos y estructurales, en la forma del socialismo del siglo XXI, encabezado por Colombia Humana y su líder, Gustavo Petro.

Resulta intrigante cómo al dañar algo, nace una imperiosa necesidad de repararlo, y es allí donde florecen nuevas ideas y estructuras. Pero esto despierta una preocupación aterradora: ¿quién llevará las riendas de la reconstrucción tras el daño causado? Personalmente, me aterra pensar que la reparación pueda estar a cargo de quienes ven al socialismo del siglo XXI como la solución. La idea de un país reedificado sobre la legitimación del narcotráfico, secuestro, extorsión y alzamiento armado me angustia profundamente.

Los primeros meses de este gobierno han sido un claro indicio de un intento de desmantelar lo que ya existe. Aunque ciertamente hay áreas que necesitan mejoras, como el sistema de salud y laboral, es preciso considerar si la destrucción es el medio adecuado para alcanzar un estado ideal. Temo que la intención detrás de estas acciones sea la de destruir para reconstruir. Y nuevamente, la incertidumbre y el temor se apoderan al reflexionar en las mentes detrás de esta reconstrucción.

Es imperativo destacar la complejidad y diversidad de Colombia. Un país rico en cultura y con un entramado social y económico tejido por su historia. Cualquier intento de destrucción y reconstrucción no puede ser tomado a la ligera. Requiere un enfoque ponderado que considere la amplitud del patrimonio social de la nación.

Además, es vital que como ciudadanos, tomemos un papel activo en este proceso. Debemos ser críticos y exigentes con los liderazgos y las soluciones propuestas. No podemos dejar que una sola narrativa o ideología gobierne la reconstrucción de un país tan diverso y plural como Colombia.

Es importante considerar las consecuencias a largo plazo de la destrucción como medio para el cambio. Aunque puede ser tentador ver esto como una forma de eliminar rápidamente los problemas, también puede tener consecuencias imprevistas y duraderas que podrían afectar las generaciones futuras. Se necesita un liderazgo prudente y reflexivo que esté dispuesto a colaborar y a escuchar diversas perspectivas para asegurar un futuro sostenible y próspero para todos.

La premisa de romper para renovar, si bien puede llevar consigo la promesa de cambio, también es una estrategia sumamente arriesgada y debe ser abordada con responsabilidad, comprensión y respeto hacia la riqueza cultural y diversidad que compone el alma de Colombia. La reconstrucción no puede ser un eco de una sola voz, sino la sinfonía de un país unido en su diversidad.

En este momento crítico de la historia colombiana, es indispensable que tanto líderes como ciudadanos aborden el cambio con prudencia, perspectiva y responsabilidad. Es fundamental reconocer que la destrucción no puede ser la única respuesta y que la reconstrucción no puede estar en manos de un solo grupo o ideología.

Colombia merece un futuro forjado a través del diálogo, la inclusión y el respeto mutuo, en el que todas las voces sean escuchadas y se busque un progreso equitativo y sostenible que refleje la verdadera esencia de este magnífico país.

Sin embargo, de lo que somos testigos hoy dista mucho de mi planteamiento. Hoy vemos con asombro e incertidumbre una narrativa diametralmente opuesta a la unidad, la inclusión, la conciliación, o el diálogo.

Todo apunta a que en efecto, se viene un periodo destructivo, una serie de crisis provocadas, y me aterra pensar que no podamos contener el modelo alternativo con el que se pretende reconstruir.