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Matemática para destruir empleo

Durante meses advertimos que el gran problema de la reforma laboral no era su contenido técnico en sí mismo, sino el momento, el contexto económico en el que se pretendía imponer. Pues bien, ahora que ha sido aprobada en el Senado, el tiempo nos da la razón. Y no por ideología, no por capricho, sino por simple matemática.

Porque lo que sí ha mostrado el año 2025 -con absoluta claridad- es que el comercio no ha crecido, que las ventas están estancadas o incluso a la baja, y que lo poco que quedaba de dinamismo en sectores como alimentos y bebidas está siendo anulado por la pérdida de confianza del consumidor. Una confianza que, dicho sea de paso, ha sido demolida por el discurso incendiario, polarizante y antiempresa de este gobierno.

En un escenario donde no hay crecimiento en ventas, es decir, donde el ingreso no mejora, lo mínimo que se esperaría de un gobierno con dos dedos de frente es que no le dispare al gasto de las empresas, que no encarezca la nómina, que no imponga cargas adicionales. Pero no. Petro y su corte decidieron hacer exactamente eso.

Hicimos el ejercicio técnico. Caso real. Unidad de negocio real. Un pequeño local de alimentos y bebidas, con tres empleados formales, ventas de 40 millones mensuales y márgenes brutos ajustados. ¿Resultado? La nómina se encarece un 29 % con los nuevos recargos nocturnos, dominicales y extras. El gasto laboral sube de representar el 19.5 % de las ventas al 25 %, y pasa de consumir el 28 % de la utilidad bruta al 36 %. Todo eso, sin que el negocio venda más. Sin que haya más clientes. Sin que mejore el entorno. Simplemente porque al gobierno se le ocurrió que era momento de “dignificar”.

¿Y todavía hay quien se atreva a decir que esta reforma no va a destruir empleo formal? ¿En serio? ¿De verdad necesitamos una bola de cristal para entender que, en un país donde el 90 % del empleo lo generan mipymes, este tipo de medidas las quiebra? ¿Que, ante la imposibilidad de sostener la nómina, muchos van a informalizar, despedir, recortar horas o, sencillamente, cerrar?

Claro, si usted es un esbirro del socialismo, un acólito de la demagogia, un crédulo del Estado paternalista, probablemente no lo va a ver. Porque no le interesa ver. Pero los números están ahí. Y no son opinión. Son hechos.

Lo que resulta innegable y cada vez más evidente, es que esta reforma no responde a la economía, responde a una ideología. No busca incentivar la productividad, busca castigar al empresario. No busca crear empleo, busca redistribuir miseria. Porque detrás del discurso de justicia social lo que realmente hay es una estrategia de destrucción sistemática del tejido empresarial colombiano. Una reforma presentada como progresista, pero ejecutada con saña, con la clara intención de arrodillar a la empresa privada, de someterla a un Estado cada vez más gordo, más torpe, más dominante.

Lo que pretende este gobierno -como cualquier gobierno socialista- no es otra cosa que controlar el hambre del pueblo. Porque quien controla el hambre, somete al pueblo. Lo adormece; Lo domestica; Y esa, señores, no es una política pública. Es una estrategia de dominación.