← Volver Publicado en

El valor de nada

La loca turbulencia financiera de Latinoamérica, ha tomado forma en la devaluación monetaria sin precedentes.

Lo que sucede hoy en países como Venezuela y Argentina nos debe servir como un faro de advertencia para Colombia. Nuestra historia regional nos pinta un panorama sombrío, un recuento de decisiones erróneas, ideologías radicales cegadoras y el doloroso precio del autodestructivo socialismo del siglo XXI.

Comencemos por el triste relato de la economía venezolana, que alguna vez se jactó de tener la moneda más fuerte de América Latina, pero hoy, sufre bajo el peso de un Bolívar que vale nada. El socialismo del siglo XXI, implantado por Chávez y luego Maduro, prometió el cielo, pero entregó el infierno. Decisiones gubernamentales impulsivas y políticas mal concebidas, carentes de transparencia y permeadas por la corrupción, crearon un caldo de cultivo para la hiperinflación que diezmó la moneda venezolana.

Ahora miremos hacia el sur, a la otrora próspera Argentina. Desde la era Kirchner, el país ha experimentado un declive económico paulatino pero constante, principalmente reflejado en la devaluación progresiva del peso argentino y la rampante inflación. El impacto de las políticas populistas ha suscitado un clima económico incierto que, combinado con la mala gestión fiscal, ha puesto al peso argentino al borde de la irrelevancia.

Las experiencias de Venezuela y Argentina deben resonar como advertencias para Colombia. En nuestro país, se pretende vender la corriente de pensamiento que sugiere que la economía mejorará si consumimos menos. Esta es una postura peligrosa que no solo ignora la importancia del consumo para impulsar la economía, sino que también fomenta la estanflación.

A estos, sumémosle la nueva y preocupante paradoja: cuando las políticas y proyectos de ley del actual gobierno fracasan, los indicadores económicos y de mercado parecen mejorar. Esta correlación inversa señala un problema profundo: la confianza del mercado en nuestra economía parece estar en desacuerdo con las decisiones del gobierno. Es una alarma del mercado a la economía y al aparato productivo nacional.

Esa frase de cajón, trasnochada y un poco resignada de “ojalá que le vaya bien, porque si le va bien a él a todos nos va bien” pues aquí ya no opera. Parece que aplica todo lo contrario. Nos estamos aproximando a terrenos inhóspitos y de difícil maniobrabilidad.

El “valor de nada”, un concepto que parecería absurdo en cualquier otro contexto, se vuelve profundamente serio cuando lo contemplamos desde la perspectiva de la moneda. Venezuela y Argentina están experimentando el “valor de nada”. Sus monedas, antes símbolos de prosperidad y estabilidad, se han convertido en ilustraciones de la devastación económica.

Por lo anterior, no podemos permitir que Colombia experimente la angustia de “conocer el valor de nada”. La prudencia económica, la transparencia gubernamental, y las políticas económicas bien pensadas son las claves para evitar este destino.

Esta secuela de escándalos, como el proceso 15.000 y sus implicaciones, exige una mirada cuidadosa y cautelosa a nuestro gobierno y sus decisiones legislativas. No podemos permitir que la ambigüedad y la falta de transparencia nublen nuestro futuro económico.

Debemos ser conscientes de las implicaciones de las decisiones económicas que tomamos y las políticas que respaldamos. No debemos permitir que la corrupción y la falta de transparencia erosionen la confianza en nuestra economía y devalúen nuestra moneda hasta el punto de conocer el “valor de nada”.

En lugar de reducir el consumo, deberíamos centrarnos en fomentar una economía fuerte y resiliente. Esto significa promover políticas de crecimiento económico, inversiones en sectores clave, desarrollo de infraestructuras y mejora de la educación y formación profesional.

Además, debemos recordar que el éxito económico del país no puede medirse simplemente por los indicadores del mercado. Debe ser una combinación de crecimiento sostenible, equidad social y calidad de vida.

Es una advertencia que invito a ser tomada en serio. La economía de Colombia está en juego, y no podemos permitirnos caer en la misma trampa que tiene a nuestros vecinos cautivos. Querer conocer el valor de nada, por creer saber el precio de todo, es una lección que no queremos aprender por experiencia propia.