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La que estorba es la Constitución

Hace ya un buen rato lo advertí.

En tres textos distintos, con fechas distintas y coyunturas distintas, vaticiné lo que hoy pretenden disfrazar de sorpresa. Primero fue El Balconazo (https://www.juannicolasgaviria.com/articles/el-balconazo/), donde expuse la estrategia discursiva del presidente: desde el balcón, como buen heredero ideológico de Castro, Chávez y Maduro, Petro comenzó a lanzar no ideas sino ultimátums, a esgrimir amenazas veladas y abiertas, a instalar el miedo como herramienta de transformación.

Después vino La Asamblea Constituyente (https://www.juannicolasgaviria.com/articles/la-asamblea-constituyente/), donde retraté con nombre propio a los bufones de la corte: Córdoba y Saade, jugando al juego revolucionario, empujando al país hacia el abismo institucional con una sonrisa mesiánica.

Finalmente, en Destruir para construir (https://www.juannicolasgaviria.com/articulos-de-opinion/articles/destruir-para-construir/), dejé claro que este no era un gobierno reformista: era un gobierno demolador.

Hoy, la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente es oficial. Ya no es especulación, ya no es hipótesis, ya no es advertencia: es plan de gobierno. Lo dicen sin sonrojarse. Petro y su ministro de justicia, o bufón de bolsillo, Eduardo Montealegre, han dicho que en marzo de 2026 se incluirá una papeleta para preguntarle al pueblo si quiere una Constituyente. Y lo que es peor, sugieren que con esa sola “expresión popular” basta para refundar el país. No importa que la Constitución lo impida. Precisamente ese es el problema para ellos: que la Constitución lo impide.

Y ahí está el meollo del asunto. Este gobierno no quiere reformar lo que está mal. Quiere arrasar con lo que le incomoda. Y lo que le incomoda es una Constitución que garantiza derechos, que consagra libertades, que establece frenos y contrapesos, que limita al poder. Una Constitución que no se arrodilla ante la demagogia de la calle ni ante los caprichos de una coalición de mercado persa.

La Constitución de 1991 será todo lo que quieran: imperfecta, garantista, ambigua. Pero hoy, es lo único que está conteniendo a esta pandilla de destructores, a este experimento comunistoide que se hace llamar Pacto Histórico. Les incomoda que haya división de poderes. Les fastidia que existan controles. Les revienta no poder legislar por decreto, ni repartir tierras con firma presidencial, ni acabar con las EPS de un plumazo. Les jode, sí, les jode, que haya límites.

Y como les jode, entonces hay que borrarla. Desaparecerla. Cambiarla. “Modernizarla”, dicen algunos. “Adecuarla a los tiempos”, repiten otros. Mentiras. Lo que quieren es volver trizas el Estado de Derecho, porque no les sirve, porque no les permite convertir el país en esa caricatura de revolución sin sangre pero con hambre, sin justicia pero con impunidad, sin corrupción pero con bandidos en tarima.

Sí, ciudadanos. Esa Constitución que hoy pretenden dinamitar es la que nos está salvando. Es la que nos protege la espalda. Es la que aún, con sus limitaciones, le amarra las manos a este sátrapa y a su séquito de juristas de alquiler, exguerrilleros reciclados, y agitadores de micrófono.

Hoy más que nunca, defender la Constitución del 91 no es un acto jurídico: es un deber patriótico. Porque si la tumban, tumban al país con ella.